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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Los Mitre, de pobres a oligarcas

 Tilingo es una definición sociológica, acuñada por un gran pensador que decía “engloba a personas pobres o resentidas vaya uno a saber por qué, pero que no parecen tomar conciencia de sus realidades socio económicas, y se asumen como “aspirantes” a las clases altas, de las que se sienten cerca en todo sentido, pese a que nunca llegarán ni a rozar esa situación social y económica”, porque se vuelven tercos, caprichosos y resentidos. Y de ésta última condición la única manera de curarse, es “uno mismo”. Pues el resentimiento es un fuego que uno lo enciende en su interior, y la manera de curarse de ese mal perverso, es enfriándolo uno mismo y no atizándolo. Porque ese dolor el ser que lo acuña se siente maltratado por la sociedad, por la suerte o por la vida en general y muestra una actitud de constante enfado hacia los demás. Y precisamente es la oligarquía “la degeneración de la aristocracia”, pues son un grupo cerrado y excluyente, sin pizca de real patriotismo ni poseen los rasgos de relevancia intelectual o moral de la que presume la aristocracia tradicional. Son seres prejuiciosos, cargados de dogmáticos odios y muy raro que analicen, además omiten todo lo que eche por tierra sus endebles o indefendibles convicciones, a las que defienden con una tozudez digna de mejor causa. Son cultivados estos individuos por el “populismo” que cuesta desplazar. Pero que el pueblo argentino con votos lo está sepultando.

    Por eso el título de esta presentación conlleva expresiones altisonantes. Porque es común escuchar en el “mediocre” cuando uno habla de Mitre o Sarmiento, y ¿??, como no te lo pueden rechazar de golpe, apelan a la clásica muletilla: SI, PERO? Y estos grandes hombres de nuestra historia, no deben ser víctimas de esos “peros”.

Demetrio Bentura - Hay que conocer quien fue el primer Mitre. Este señor en 1690 llegó a la pobre y lejana Buenos Aires, entre los hombres de la “leva” (Se denomina leva al reclutamiento obligatorio de la población civil para servir en el ejército). Los trajo ese año don Francisco de Retana, concesionario de un permiso de registro para el Río de la Plata, con el fin de empeñarlos en las guerras de Chile.  Como Demetrio no pudo cruzar los Andes, por enfermedad o por algún otro motivo, fue destinado a la guarnición del presidio. Él y sus compañeros, desprovistos de uniforme y sueldos, debían emplearse en modestos trabajos o pedir limosna para subsistir, porque los recursos de España llegaban tarde, mal o nunca. No quedaba más alternativa que aceptar mansamente tan triste suerte o desertar. Pero decidirse por esto último implicaba el riesgo de la muerte o la horca.

    Demetrio Bentura optó por una salida menos azarosa y de mayor futuro: la del matrimonio. Aunque su modesta condición no le permitía pretender que su futura esposa perteneciera a un hogar rico y distinguido. No obstante logró interesar a Isabel González, hija bastarda del vecino Domingo González de Acosta, quien para seguir la costumbre y cumplir con las restricciones de las Leyes, dotó pobremente a la joven. Pero como bien dice don Raúl Molina, la ayuda no era despreciable para un soldado, pues consistía en medio solar de 35 varas por 70; en el humilde ajuar de la novia, que fue al matrimonio “vestida” y aportó una cama con su ropa blanca y frazadas, además de una suma superior a los cien pesos en reales. 

El casamiento se realizó el 11 de diciembre de 1694. (Era Gobernador del Río de la Plata Baltasar Maciel y de la Cueva, dudo de que haya estado invitado). Enseguida Bentura y su mujer se dedicaron a construir, con esfuerzo, una casa compuesta por una sala de dos tirantes y un cuarto. Más Isabel no había ido al matrimonio con “salud cumplida” y murió dos años más tarde, cuando su único hijo, Francisco Bentura y González, contaba con tres meses.

    Ya conocemos al bisabuelo y abuelo de Bartolomé Mitre. Bentura y su hijo de meses Francisco Javier Bentura y González. ¿De donde era natural este Demetrio Bentura, también conocido con los “alias”     de Ventura di Metre, Bentura di Mitri y Bentura di Mittro, que había logrado trocar las hambrunas y las largas guardias por una vida esforzada aunque independiente? En las actas parroquiales figura como natural de “Venecia, en los reinos de España”, lo cual hizo pensar, no hace muchos años, que su cuna había sido un islote de la ría de Arosa, en la provincia gallega de la Coruña. Aunque bastante antes, Carlos Calvo, el célebre autor del Nobiliario del Río de la Plata, en alas de su imaginación siempre frondosa, le había atribuido origen griego, patria veneciana y profesión marino. Sin embargo, Bentura habría visto la luz en Nápoles. Figura como oriundo de los Reinos de España: porque las dos Sicilia formaban parte de los dominios “donde no se ponía el sol”.

    Lo cierto es que el antiguo soldado guardó dos años de luto y contrajo matrimonio con Catalina Ruiz, integrante de una de las familias fundadoras de Buenos Aires, quien no sólo cuidó del pequeño Francisco Javier sino que le dio una considerable descendencia. A pesar de que el padre desheredó a su vástago mayor, por “no haberme obedecido ni ayudado” este manifestó constante afecto y preocupación hacia sus hermanos, quienes le retribuyeron tales sentimiento. Al parecer Demetrio Bentura se ganó la vida, hasta el fin de sus días, como molinero. No acumuló mucha fortuna, pues no dejó herencia importante cuando falleció el 25 de mayo de 1713. 

    Uno de los hijos de este segundo matrimonio José Francisco Javier Demetrio - o Mitri- abrazó la carrera de las armas, se trasladó a la Banda Oriental en 1727, a los 22 años, como integrante de la expedición de Bruno Mauricio de Zabala,  cuya misión fue delinear la ciudad de San Felipe de Montevideo y trazar sus fortificaciones.

    “Mitre se comprometió con el positivismo para las ideas y con la política para la acción. Asumió su labor, como un deber cívico, como una contribución patriótica que formaría la conciencia nacional de un pueblo”, resaltó. “En síntesis, los héroes de Mitre fueron presentados a la opinión pública como arquetipos de las virtudes que necesitaban el hombre público y el ciudadano, porque los valores e ideas propios de una nacionalidad, debían engendrarse en ‘hombres representativos’ y ‘guías supremos’ que daban unidad al quehacer y sentir de los pueblos”. 

    Expresó Claudio Escribano: “Que la memoria de Mitre, pues, fortaleza entre los argentinos vacilantes la templanza en defensa de la juridicidad en que se fundó nuestra añorada grandeza. Que la lección solidaria que los porteños celebraron por su denuedo en Buenos Aires durante la epidemia de fiebre amarilla de 1871, en contraste con gobernantes que habían abandonado la ciudad, prodigue en la política nacional nuevos émulos en estas circunstancias de angustia y desconcierto. Recuérdese que la mayor popularidad de Mitre como caudillo político devino de aquellos días.

    Basta de sornas conciudadanos, batiría palmas el estadista bajo el chambergo ladeado. Basta de sornas por las redes como consuelo magro que compense tanto estupor por el acoplamiento fatal entre dilates de improvisación ligera y la pasmosa insolvencia moral de quienes rebajan a poco o nada el valor de la palabra argentina en el mundo. Piensen con calma, ciudadanos, invitaría Mitre; pero piensen con seriedad cómo han de revertir.

    Que la evocación de quien se consubstanció desde la juventud con el liberalismo progresista de Mazzini y de la Nueva Italia, y lo aproximó a la generación romántica suscitadora de la Nueva Europa, aleccione sobre la importancia estratégica de afianzar una justicia independiente, republicana, en el país. 

    Mitre señaló el camino con la fuerza de los actos de Estado, al designar en 1863 los cinco primeros jueces de la Corte Suprema de Justicia de la Nación entre juristas ajenos al círculo de amigos políticos. Probidad de quien nada tenía que amañar en acopio de inmunidades y otras ventajas personales. Un pueblo de hombres y mujeres dispuesto a luchar por un bienestar sustentable amparado por las libertades y garantías constitucionales no puede esperar, diría Mitre, a que se produzca un cambio drástico en la actual situación que padecemos por la sola espontaneidad de la clase dirigente. Observaría que en el siglo XXI las élites de vanguardia, si es que todavía existieran, dependen de que en lo más profundo de la sociedad fermenten las condiciones impulsoras de la transformación que el país necesita. 

    Mitre demandaría que nos pongamos en marcha hacia la cordura sin ocultar la perplejidad por ver dirigentes que han olvidado en algún lugar la brújula y divagan mirándose el ombligo, en lugar de concentrarse en la suerte de la República (Dante, traducido por Mitre, escribió que los negligentes esperan en el vestíbulo del Infierno). Demandaría que la sociedad acucie, por el bien de su existencia, a que la clase dirigente anude consensos que salvaguarden la ventura social por el porvenir que acecha. 

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